Nayim recibió el balón a la altura de la línea central y, casi sin pensárselo, lo lanzó hacia la portería defendida por David Seaman. El balón subió y subió hasta rozar el cielo de París, y luego descendió en busca del único hueco posible entre el desesperado bracear de Seaman y el larguero de su portería. Aquello no fue un gol: aquello fue un milagro.
Para Ignacio Martínez de Pisón el Zaragoza son recuerdos de Las Gaunas de Logroño y de goles de Felipe Ocampos en La Romareda. Es el desesperado braceo de Seaman en la final de la Recopa contra el Arsenal el 10 de mayo de 1995 y las propiedades terapéuticas del gol de Nayim. Cuando no escribe novelas (Carreteras secundarias, El día de mañana) o guiones de cine, a Pisón le gusta recitar de carrerilla, con entonación de poesía escolar, viejas alineaciones del Zaragoza de su infancia.
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